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Mágica Navidad en Familia

Aldric Moro
Mágica Navidad en Familia: lluvia, luces y corazones abiertos.
“La Navidad no está en los regalos que llegan, sino en la puerta que se abre para que otros también encuentren hogar.”

Hace unos años, en nuestro querido rincón de ceja de selva y hogar de mis recuerdos más felices, aprendí que la abundancia verdadera no está en lo que se acumula, sino en lo que se comparte. Era 24 de diciembre, y la lluvia caía con una constancia musical que envolvía nuestra casa mientras mis padres preparaban la mesa navideña, siempre rebosante de delicias que parecían tener un brillo especial en esas fechas.

Desde el segundo piso, veíamos las luces del arbolito titilar; sus reflejos danzaban sobre las gotas que resbalaban por los vidrios, como si la propia lluvia participara de la celebración. Todo parecía perfecto, detenido en una quietud luminosa.

De pronto, algo nos llamó la atención: bajo el alero de la casa, una pareja con su pequeño niño se resguardaba de la tormenta. Estaban empapados, con ropas humildes; en sus miradas, cansancio y dignidad. Mi padre, hombre de corazón abierto, bajó sin dudarlo. Les abrió la puerta y, con una sonrisa firme, dijo: “La Navidad es para compartir.” Ellos aceptaron, agradecidos y tímidos.

En esos años, gracias al esfuerzo y al negocio de papá, en casa no faltaba nada. Pero esa noche comprendimos —Rocina, Lili, Alejandro, Toño y yo, Aldo— que lo valioso no estaba en tener, sino en ofrecer. La mesa, que hacía minutos era solo nuestra, se amplió para ellos. El calor que llenó la sala ya no venía de la cocina ni de las velas, sino del encuentro.

El chocolate caliente pasó de mano en mano; el panetón —siempre coronando la mesa— se partió en porciones generosas; el pavo que mamá preparaba cada año se compartió con una alegría que iba más allá del sabor. Entre risas y bromas, incluso nos animamos a regalar algunos de nuestros juguetes. La mirada del pequeño —dos luceros encendidos— quedó grabada en mí.

Por una noche no hubo diferencias: fuimos una sola familia. No importó de dónde veníamos ni cuánto teníamos. Éramos seres humanos celebrando la vida bajo un mismo techo, mientras la lluvia marcaba el compás de la Nochebuena.

Hoy, al dejar que aquel recuerdo regrese, sé que no fue solo una anécdota navideña: fue una lección escrita con el ejemplo de mis padres. Compartir, aun cuando sea inesperado o incómodo, es un acto de fe en el otro. Esa fue la magia de aquella Navidad: que la puerta del hogar y la del corazón se abrieron al mismo tiempo.

Aquella fue, sin duda, una Mágica Navidad en Familia.

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