Capítulo: El vuelo distinto que se programó para mí
#Selfhistoria
Salía del Colegio Militar, aquel que forjó mi espíritu bajo el peso del uniforme, la disciplina y la entrega. Había aprendido a resistir, a obedecer, a dirigir y a entender que la vida también se gana en la formación del carácter. Por eso, para mí, era natural pensar que la siguiente etapa estaba ya marcada: la Fuerza Aérea. Y todo parecía estar listo; sería fácil adaptarme a esa nueva vida de rigurosidad, jerarquía y honor.
Desde niño soñé con el cielo. Quería ser piloto, parte de la FAP, y lo tenía todo: disciplina, visión, temple, carácter. Todo… menos una fragilidad oculta en mi cuerpo, silenciosa pero implacable.
Recuerdo aquel día en la EOFAP, durante el examen de conocimientos: mi mano derecha estaba tan hinchada que apenas podía sostener el lapicero. Trataba de aparentar normalidad, pero uno de los oficiales se dio cuenta.
—Es alergia —respondí con calma fingida.
Me miró de frente y, sin decirlo, sus ojos me hablaron: no podrás ser piloto. Yo lo entendí. Sabía que de una promoción de 120 cadetes, apenas tres o cinco llegarían a ser pilotos caza, los mejores. Y ese no sería mi camino.
La vida me enseñó que la batalla más dura no está en el aire, sino dentro de mí. Es despertar con un extraño malestar que invade la cabeza, con mareos que no se van, con una presión que se instala en el cuello y la espalda como si llevara una carga invisible. Algunas veces es sentir el estómago endurecido, helado, retorciéndose sin razón; es el cuerpo cayendo en un abatimiento que apaga la energía; es la luz volviéndose insoportable, obligándome a cerrar los ojos; es necesitar el alivio de un masaje en la cabeza para resistir. Y cuando todo parece amainar, en lo extremo, llegan los edemas inesperados: manos y pies que se deforman, el abdomen que se expande como si estallara por dentro, y la más temida de todas, la garganta, que amenaza con cerrarse y quitarme el aire.
A veces son dos días, a veces cuatro, a veces semanas enteras. Cuando ya no puedo sostenerme, me detengo, guardo reposo y espero que el tiempo y la fe vuelvan a enderezar el camino. Pienso entonces: si hubiese sido un empleado dependiente, probablemente me habrían despedido una y otra vez.
Pero ahí está Dios, mostrando que el destino no siempre es el que uno dibuja de niño. Su ruta para mí no fue la cabina de un caza, sino otro vuelo, distinto, profundo, que me enseñó a conquistar horizontes de otra manera.
Él me dio la inteligencia y la sabiduría para emprender, y me permitió caminar entre disciplinas sin títulos formales:
- Donde otros necesitan ser ingenieros, aprendí a leer el lenguaje de los servidores, las redes y la programación.
- Donde se requiere ser diseñador, adapté plantillas, formas y estilos con naturalidad.
- Donde se exige un mercadólogo, encontré nichos, tendencias y estrategias.
- Donde hace falta un contador o abogado, optimicé presupuestos, precios y aspectos legales.
- Donde se espera un logista, organicé rutas y procesos.
- Donde manda el arquitecto o ingeniero civil, supe de planos, cálculos y presupuestos.
- Donde reina el ingeniero eléctrico o electrónico, aprendí a comercializar tecnologías, energías, iluminación y seguridad.
Así, paso a paso, sin pretenderlo, me convertí en un piloto caza de oficios, en un tejedor de caminos.
Hoy puedo decir que estudié la carrera de Administración, realicé cursos y obtuve certificados, y aunque sé que aún queda mucho por recorrer, cada paso confirma lo mismo: el vuelo que Dios programó para mí es distinto, pero es perfecto.
Porque aunque no me permitió volar un avión caza, me dio alas invisibles para elevar mi vida de otra manera.
Y en este vuelo distinto también está mi vida, la empresa, los negocios y la emoción de hacer lo que me gusta. Porque los empresarios vivimos altas y bajas, luchamos contra turbulencias y caminamos hacia la estabilidad. Las dos empresas que dirijo, las dos marcas que he registrado con esfuerzo y visión, seguirán creciendo. Cumpliré metas, objetivos y sueños, vendrán nuevos vuelos y misiones críticas, y seguiré volando.
